Desde el Renacimiento sabemos por Tomás Moro de la Utopía, que en su raíz griega significa «no lugar» o «lugar feliz».

Detalle de «La Metamorfosis», 2021. NFT Máxima Romero. Clica para ver la obra original en movimiento.

También sabemos que el Estado Utópico representaba la colectividad,  en la cotidianidad siempre ha estado dirigido por una nobleza política, religiosa, militar, científica con poder y privilegios inalcanzables para la gente corriente. Como de anhelos hablamos, me pregunto si es posible una aristocracia artística. Si esta ya existe, ¿cómo es incapaz de aceptar el poder? ¿Cómo no se rebela desesperadamente contra la violencia social que sofoca ese derecho?

No es establecerse como una élite en busca de la perfección absoluta en el dominio social para llegar al horror absoluto, sino un lugar no hedonista donde la búsqueda particular se encuentra en el centro de la vida diaria. Donde el materialismo rampante, la mentalidad conformista, el espíritu práctico y el filibusterismo cultural nos alejan de la búsqueda del entendimiento, las proezas artísticas, las realizaciones de aquellos seres que han tomado conciencia de sí mismo y su momento. Construyendo mundos admirables mediante la sublimación de lo aparentemente pequeño que compone la existencia. Aquellos que entienden el equilibrio como balanceo constante entre ser y comprender. Ser mejor persona con objeto de alzar su conocimiento y sabiduría. Obligados a detenerse nunca hasta fenecer al final de su consciencia.

En 1923 Oswald Spengler reflexionaba en su libro La Decadencia de Occidente, sobre el ocaso al que se encaminaba la civilización occidental. Su planteamiento hoy se manifiesta en toda su crudeza; preñado de todos los demonios precipitando cambios brutales del mundo conocido en todos sus ámbitos mediante transiciones disruptivas. Lo que conlleva a la transformación de culturas empujadas por la fuerza imparable de la globalización. Por todo ello, resulta obvia la responsabilidad del artista como cómplice, incapaz de detectar y combatirla en este instante en el que se está gestando.

Si el arte contemporáneo no sirve para avisar de las tragedias históricas, ¿cuál es su función?

Porque todo lo que saben,  lo que aprenden,  lo que piensan, revierte en los otros. Si todo ese conocimiento no es algo que deba compartirse, un puente, una persona, una manera de tomar distancia y de alcanzar una superioridad sobre la gente común deseosa de felicidad, todavía confundida sin saber distinguir dónde está ese momento. Exigir un esfuerzo intelectual y una buena dosis de perseverancia antes de revelar al observador su sentido profundo, las claves de su complicado simbolismo. Porque el arte es una pasión y la pasión es excluyente. No se comparte, exige sacrificios y no consiente ningún otro. Su privilegio es la libertad para alimentar al lobo interior que lo avasalla, se nutre de todos sus actos y sólo se aplaca en el acto de la creación, cuando brotan las ideas.

La desintegración de este mundo obedece a la falta absoluta de solidaridad entre sus miembros los humanos. Una sociedad en la sinrazón y la demagogia  inclinándose continuamente hacia el cataclismo destructor. Este mundo ficticio avocado hacia realidades paralelas, como un espectáculo revolucionando aquella realidad exterior que el objeto artístico aparenta representar hasta convertirla en una realidad propia, que debe más a la subjetividad y a la destreza del artista que al parecido con el modelo que lo inspiró.

Ya lo hemos observado, el conformismo,  la pasividad, la abdicación de una sociedad que se está transformando en otra cosa. De otro, son las fuerzas y pulsiones irracionales que animan al artista y lo inducen a crear.

En este mundo deshumanizado, muestra el lado brutal de la sociedad,  en ella siempre habrá trabas y castigos para la libertad absoluta, a la que aspira todo individuo. Sabedor de la imposible huída. El mundo está mal configurado y debería cambiar, nos repetimos unos a otros sin encontrar todavía salida alguna. Vemos la precariedad de dudosa moral de las convenciones y ritos de la civilización. Esas actitudes discordantes con la del ciudadano normal, ponen al descubierto la hipocresía y las mentiras, errores e injusticias de la vida social.

Dónde están esos poderes, esas fuerzas, esa crítica intensa, que le obliga a cuestionarse a sí mismo en cada uno de sus pasos y decisiones. Dónde una opinión pública como el mejor freno para los excesos de los distintos poderes que la regulan. La función del arte contemporáneo, en una sociedad democrática, es contribuir a mantener esa opinión pública alerta e instruida de modo que aquellos poderes no se extralimiten o desborden el marco de la ley y el bien común.

En esta desorientación, en esta sinrazón, la aristocracia creativa sólo puede agarrarse a lo esencial. Aquello que configura nuestra cultura, lo básico, lo elemental, aquello que da sentido a lo que fuimos y por sentido común a lo que somos. En la tradición está la vanguardia, porque aglutina todos nuestros deseos más íntimos en lucha por aparecer.

Si el objetivo del artista es cambiar el mundo, ¿por qué no da un visible paso adelante en ese linaje absoluto para conseguirlo?

Las necesidades corporales, las relaciones humanas y la ansiedad por descifrar el futuro son nuestras preocupaciones dominantes. A través de ellas penetra el egoísmo miedoso y todas las miserias que lo acompañan. Ese lugar feliz, esa utopía buscada incansablemente, no está a nuestro alcance, o lo está para muy pocos. Quizás en otro planeta, en otra galaxia donde habita el agujero negro y profundo de nuestra ignorancia.

Abate Bussoni

Editorial publicada en la revista #19 de ARTNOBEL Inspiration Review of Contemporary Art protagonizada por D. Loves The Sodomites.